Reloj no marques las horas.
Como no recordar, para quienes
son personas mayores, aquella imagen lejana de ese señor robusto, de traje
oscuro que, con cierta displicencia, sacaba de uno de los bolsillos de su
chaleco esa esfera dorada o de plata que pendía de una cadena del mismo metal,
levantaba su tapa, consultaba de reojo la hora y lo volvía al mismo bolsillo.
Como olvidarse de esa recurrente pregunta en la calle “Señor… ¿Me puede dar la hora?”.
Lo cierto es que es apasionante
ese instante bisagra, instalado entre un pasado en que los humanos se las
arreglaron con el Sol y con la Luna para llevar un registro del tiempo y poder
planificar sus actividades, y un futuro cercano que llego con el reloj de
pulsera e hizo masiva la posesión de ese objeto que registra los segundos,
minutos y horas.
No siempre se pudo controlar la
puntualidad, el primer invento fue el reloj solar, que funcionaba de acuerdo al
movimiento de la sombra del Sol sobre una superficie plana con un cuadrante,
algo parecido a lo que hacían los chinos, los egipcios y los incas varios
siglos antes de Cristo. Buen método, aunque bastante impreciso para fijar la
hora por la sencilla razón de que la duración de los días es distinta en cada
época del año.
Con el tiempo aparecieron otros
inventos, como la clepsidra, un reloj de agua muy usado en Babilonia, Egipto,
Grecia y Roma. Pero el más ingenioso y simple fue el famoso reloj de arena, que
apareció en el siglo III. No eran esos diminutos cristales que hoy podemos conseguir por
monedas: el aparato tenía grandes recipientes unidos por un estrecho pasadizo
era capaz de medir el tiempo de todo un día.
Recién en el siglo VIII se logró
un avance que marcaría el futuro de los relojes de precisión, cuando el
italiano Pacifico construyo uno accionado por contrapesas y se lo regalo al rey
Pipino el Breve. Los relojes de pesa se impusieron cuando se descubrió la ley del Péndulo,
enunciada por Galileo Galilei en el 1600. Con este material el matemático y
físico holandés Christiaan Huygens logro armar el primer reloj de péndulo en
1657, aplicando el sistema sobre un reloj de pared.
Gracias a estos descubrimientos,
en el presente hay tal variedad de relojes y desafíos tecnológicos que impactan
a quien lo quiera ver: los artesanales, eléctricos, cronómetros, despertadores,
de pulsera, de cuarzo, atómicos, digitales. Rolex fabrico en 1968 un modelo de
la serie Cosmograph Daytona, que a partir de entonces se conocería como “Paul
Newman”, especialmente para que lo luciera y promocionara el actor durante el
rodaje de la película “500 millas de Indianápolis”. Lo cierto es que el modelo
tuvo un escaso éxito comercial por lo que su producción se redujo y detuvo,
saliendo al mercado una serie muy corta de ejemplares. Fue ese escaso número lo
que provoco que a partir de los 80 fueran codiciadas piezas de coleccionistas.
Y el propio Newman, en 1999, subasto su ejemplar. Se alzó con 39 mil dólares
que destino a fines benéficos.
Henry Ford tenía tan solo 7 años
cuando intento adueñarse de los secretos de un reloj de péndulo. A los 13 le
enseñaron un reloj de bolsillo que no funcionaba. Al desmontarlo, Ford advirtió
que el rubí del platillo se había desplazado de la boca del ancora y lo reparo.
Tres años después trabajo como relojero profesional, en Greenfield, muy cerca
del taller donde los hermanos Wright construyeron sus aeroplanos. Ford, ya el
famoso industrial, pudo comprar los relojes más bellos, hasta llegar a ser un
envidiado experto coleccionista.
El fantástico avance tecnológico
de los siglos XIX y XX genero la producción de relojes sofisticados, en los que
se combina la técnica con el arte de la joyería. Muchos proceden de Suiza,
Alemania y Japón.
La historia cuenta que Adolf
Hitler lucia en su muñeca un Glashûtter Uhren; Napoleón Bonaparte y la reina
Elizabeth II, un Breguet; Winston Churchill, un International Watch Company y
Antonio Vivaldi , un Vacheron Constantin.
Hasta la letra de un bolero
reclama, paradójicamente y desde un ángulo romántico, que el reloj no marque
las horas.
Comentarios
Publicar un comentario