El erotismo y la seducción de la danza del vientre.


 

Contaminada por Occidente  a partir de las primeras décadas del siglo pasado, cuando Hollywood la trasladó a películas de dudoso valor-con las inverosímiles versiones del bello latin lover Rodolfo Valentino-, la danza del vientre sigue siendo una escena, una postal vigente y cada vez más familiar.

Originada en el año 1300 o 1200 a.C., en un comienzo fueron danzas rituales consumadas por mujeres. Estos movimientos improvisados y ejecutados con ropas livianas eran acompañados de cantos y percusión. A partir de ese “trance”, de alto voltaje erótico, las mujeres, que bailaban en grupos, atraían el poder de los dioses de la fertilidad y podían ser fecundadas; como puede verse, es una tradición muy rica en metáforas.

La llegada del cristianismo, y luego del Islam, desplazó estas fiestas de las “casas decentes”, pues se consideraba “demasiado provocativas”. La prohibición no impidió que se siguiera realizando en relativo secreto. Esta reclusión relegó la danza a espacios restringidos y con el tiempo, el ritual derivó  en un mero espectáculo.

Con los siglos, surgen dos tipos de bailarinas, las ghawazee, que bailaban al aire libre o en el campo, para las audiencias populares, y las awalim “que además de bailar, cantaban y recitaban poesías”, que solían actuar en la casa de los ricos. Así como surge el vocablo “odalisca”, que en idioma turco significa concubina. En la práctica, estas bailarinas eran esclavas especializadas en zarandear el vientre y en otros menesteres.

En el siglo XIX los europeos y europeas, que cada vez cubrían con más ropas sus pálidas anatomías, las veían con estupor, sorpresa y cierto deleite. No debe haber sido poca la influencia que ejerció Lord Byron con su Don Juan disfrutando de la liberalidad de los harenes turcos; más aún, no fueron pocos los extasiados ante la delicada desnudez de la Odalisca de Jean Ingres, cuyas líneas sinuosas dieron encarnación a la sensualidad. Así fue como los viajeros europeos descubrieron y describieron esa danza que subyugaba por movimiento del vientre (que la define y le da nombre), insospechada para los cultivadores del minué.

Ante estos espectáculos, vienen a la mente aquellas imágenes de la Historia de Schakalik, sexto hermano del barbero, en Las mil y una noches, que cuenta cómo mientras el viejo y mi hermano bebían exquisitos vinos, no cesaron las cantoras de entonar admirables melodías. Y algunas bailaron después como pájaros de alas rápidas. Y ese día de fiesta terminó con besos y goces más positivos que soñados.

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