Manteniendo el contacto.
Como animal, el ser humano hereda genéticamente la noción de territorio. Todos tendremos por naturaleza a defender el propio. Se podrá observar esta característica en cualquier parque o plaza del mundo: si una persona se sienta en un extremo de un banco, la siguiente lo hará en el otro; pero si alguien se sienta en el centro, tendrá muchas posibilidades de permanecer solo.
Esta percepción del espacio no es
igual en todas las culturas. Si situamos en el epicentro de un coctel a un
diplomático árabe y a otro escandinavo, al cabo de 20 minutos el escandinavo
habrá retrocedido hasta encontrarse con la espalda pegada a la pared, mientras
el árabe no hallara razón para detener su avance.
Es que, con independencia de las
palabras, nuestro cuerpo tiene su propio lenguaje. Normalmente no somos
conscientes de los valores que transmitimos porque suelen ser valores de la
cultura a la que pertenecemos; la costumbre y el hábito los han enmudecido.
Pero como las expresiones faciales, los gestos de las manos y los movimientos
son formas no verbales de comunicar pensamientos y sensaciones, para no herir
la susceptibilidad de nadie es necesario investigar el protocolo de
comportamiento en los diversos destinos de la Tierra, antes de aprender a decir
bonjour o guten tag (buen día en francés y alemán, respectivamente)
Según el sociólogo Edward T.
Hall, el espacio interpersonal es diferente para cada civilización. Si en la
calle se encuentran dos europeos occidentales, alcanzaran a tocarse con la
punta de los dedos; si proceden del este de Europa, el tope de distancia será
la muñeca y, finalmente, si son de la región mediterránea o de América Latina,
dicho límite se situara en el codo; norteamericanos, escandinavos, anglosajones
y asiáticos pertenecen a culturas de no contacto.
Cuando un norteamericano entra en
un ascensor, se sitúa lo más lejos posible de quienes comparten el viaje con él.
No se roza con nadie y demuestra interés en los números, los botones o
simplemente el suelo; cualquier cosa puede ser fascinante si sirve para evitar
el contacto con los otros. A los norteamericanos los les gusta compartir su
burbuja y se sienten invadidos ante el menor roce. Algo similar ocurre con los
ingleses, que no toleran demasiada proximidad en los espacios públicos. El
puritanismo protestante del que están impregnadas las culturas anglosajona, norteamericana
y del norte de Europa ha sido sin duda determinante en este sentido.
Los españoles e italianos, por el
contrario suelen mirarse más o menos descaradamente, llegando a plantear
pequeñas conversaciones sobre el clima para establecer un mínimo y fugaz
vinculo. “Buen día” y “Hasta luego” son frecuentes en España, incluso entre
desconocidos. La cultura mediterránea es una cultura que festeja el sabor del
encuentro: para los de sangre latina donde caben, siempre caben tres.
La playa constituye un excelente
lugar para el examen de estas cuestiones. Frente al mar, cada bañista delimita
su territorio con sombrillas, toallas y toldos. Allí, mientras que los latinos
tienden a aglutinarse en la arena, los belgas, holandeses, alemanes y
escandinavos huyen de la excesiva proximidad.
Las tendencias más o menos
gregarias de cada civilización se muestran también en el saludo, que presenta
distintos grados de contacto. Cada cultura posee su ritual específico: espaldas
que se palmean, cabezas que se tocan, bocas que se unen, mejillas que se rozan
con labios, manos que se besan y hasta narices que se frotan son los modos más
habituales de dar la bienvenida o expresar afecto.
En Singapur o Corea se puede
observar que las tarjetas de presentación se reparten y se reciben con ambas
manos, ya que allí se considera que con la entrega de cualquier documento se está
entregando también el alma. Hasta una tarjeta es un compromiso vital.
Por último, no podemos omitir un
dato curioso: en algunas partes de Europa se puso de moda hace un tiempo atrás
ciertos prendedores de origen londinense. Oscuros y de letra diminuta, estos
famosos pins solo pueden decodificarse a una distancia extremadamente corta. Y
cuando se logra comprender lo que dicen, ya es tarde. Su casi ilegible sentencia confirma la sospecha: you are so close, estas demasiado cerca.
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