Los desiertos de fuego.
En la novela de aventuras El
Desierto de Fuego, Emilio Salgari nos da una descripción del Sahara: “…Como todo el mundo sabe, el Sahara es el
desierto más vasto del Globo, la mayor extensión de arena que existe en parte
alguna. Se extiende desde los 16º a los 30º de latitud, y ocupa una extensión
de 4.500 kilómetros de largo y 1.000 de ancho. En contra de lo que se ha creído y se ha dicho
hasta ahora, el Sahara no es una inmensa llanura toda cubierta de arena y sin
una gota de agua; una especie de mar de fuego extremadamente peligroso de
atravesar, como se ha dado a entender. Tampoco es una gigantesca cuenca de un
mar hoy extinguido, o mejor, un pequeño océano, dada su enorme extensión. En él
hay llanuras, hay hondonadas y hay también rocas, y hasta cadenas de montañas
altísimas sobre cuya cima el agua se congela, porque aquellas estribaciones,
especialmente la del Haggar, alcanzan una altura de 2.500 metros. ¿Qué más? El
Sahara tiene también sus ríos, que no son perennes, esto es cierto; pero en
ciertas épocas del año corren con furia durante semanas enteras. Tales son los
onadis, que se pierden después en la arena, y que desembocan en lugares que
permanecen en seco la mayor parte del año. No obstante, como ya queda dicho,
hay ciertos sitios donde solo llueve una vez cada 20 años, y donde el calor
llega a más de 50 grados. En cambio, en los oasis y durante la estación
invernal, no es raro ver bajar la temperatura a 7 grados, y lo propio sucede en
las alturas de Tasili, de Egele, de Muydir y sobre los montes del Adrar, del
Waran y del Tinge, que alcanzan una elevación de 1.330 sobre el nivel del mar.
Las dunas de arena no se extienden por todo el desierto, como se ha creído
hasta hoy; ocupan solamente la región baja, que comprende el suroeste de
Marruecos y el sur de la Tripolitania, corriendo cerca de la ribera izquierda
del Nilo. Este es el verdadero desierto, caldeado, sin agua, sin vegetación,
donde solo crecen unas cuantas hierbas llamadas agul y algunos arbustos. Aquí
es donde sopla el terrible viento llamado simoun, que deseca y absorbe la
humedad de las plantas, que hace evaporarse el agua contenida en los odres, y
que levanta olas enormes de arena a tanta altura, que algunas veces entierran a
caravanas enteras. Sin embargo, en esta peligrosa región, el agua no falta a
cierta profundidad. Así, en los últimos años, los europeos han abierto con
feliz resultado en el oasis boreal bastantes pozos artesianos que dan agua en
mucha cantidad…”
La imaginación asocia a los
desiertos con los “mares de arena” surcados por camellos y beduinos. Esta es
una de las muchas imágenes posibles de estos enigmáticos escenarios, que han
fascinado a viajeros de todo el mundo. Es que las diferentes geologías, alturas
y vientos crean desiertos de arena (“erg”, en árabe) como pedregosos (“sarir”),
o rocosos (“hammamet”), y el primero de ellos no es el más frecuente: ocupa
solo el 20% de la superficie desértica del planeta. Los desiertos, por
definición, son lugares con poca agua utilizable, independientemente sin son
calurosos o fríos, o que estén dominados por montañas, planicies, piedras o
arena.
El más vasto y famoso, como dijo
Salgari, es el Sahara, que se extiende sobre más de 9 millones de kilómetros
cuadrados. Le sigue el Australiano, con 1,55 millones. Pese a todo, los
desiertos constituyen ecosistemas con una fascinante flora y fauna, que se
activa por las noches y surge con toda su intensidad luego de las escasas pero
fuertes lluvias que alimentan los oasis.
Aunque quizás, el elemento más
seductor de los desiertos tal vez sea su dimensión simbólica, mítica. Después
de todo, de sus arenas nacieron las tres grandes religiones monoteístas. Por
eso al tomar una excursión a bordo de una 4X4, o montado en un camello, no se
puede evitar pensar en Marco Polo desandando la Ruta de la Seda.
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