El fuerte, ardiente y siempre valorado ajo.
Se reconoce el poder alquímico
del ajo, en la mayoría de las culturas, para dar el toque intenso y ardiente a
tantos platos emblemáticos de las cocinas del mundo. Más allá de la
persistencia de su sabor y de su aroma, el ajo ha sido tenaz a lo largo de su
historia, en su uso universal con variados fines que trascienden lo culinario.
La primera cita conocida que
menciona al ajo data del 4000 a.C., y pertenece a un herborista oriental. De
origen asiático, su cultivo y uso se extendieron a China e India, este y norte
de Europa y el Mediterráneo, en un proceso que llevó milenios y que estuvo
relacionado directamente con las invasiones y guerras territoriales. Debido a
sus propiedades para la conservación de carne y pescado, su poder curativo y su
escaso tamaño-que facilitaba el traslado y almacenamiento-fue un aliado
fundamental en las expediciones de los cazadores nómadas, y en los viajes de
las tropas de Alejandro Magno y de los ejércitos de Atila.
La voz latina “ajo” proviene del
vocablo celta all, que significa fuerte, ardiente e incendiario; mientras que
el nombre anglosajón, garlic, proviene de los vocablos gar (atravesar) y leac
(olla marmita), y que probablemente esté vinculado a la potencia de su aroma.
En Italia piamontesa, el ajo se
unió a las anchoas en salmuera y a la crema para componer la salsa de la bagna
cauda y realzar el sabor de apios, repollos, hinojos y pollo. Y en el estado
brasileño de Bahía, de la mano de los personajes de las novelas de Jorge Amado,
el ajo es ingrediente infaltable en moquecas (guisos) y preparaciones picantes.
Pero no solo como condimento se usó
el ajo. En la antigua Grecia, un esclavo joven y sano podía ser cambiado por 7
kilos de ajo, dato que revela el valor del diminuto vegetal tenía en esas
sociedades. Homero e Hipócrates alabaron al ajo como analgésico y desinfectante
de heridas de guerra. Galeno, reconocido por Marco Aurelio como el mejor médico
del Imperio Romano, descubrió que el ajo era un gran antídoto contra el veneno,
recurso muy utilizado en aquella época para dirimir conflictos de poder.
Como ahuyentador de la mala onda,
el ajo comienza su carrera a fines del siglo XVIII, en los Balcanes. Allí
tenían la costumbre de colocar ristras de ajos sobre puertas y ventanas, junto
a una cinta roja, como talismán protector contra los malos espíritus.
Durante la Primera Guerra
Mundial, el ajo tuvo un uso no planificado por los altos mandos: los dientes de
ajo pelados, usados como supositorios provocaban fiebre muy alta en soldados,
quienes de esta manera evitaban-fingiendo estar enfermos-ir al frente de
batalla. Años más tarde se comienza a investigar sus propiedades como
hipotensor y regulador del ritmo cardiaco.
En la actualidad, para apreciar
distintos tipos de ajo y productos derivados hay que dirigirse a las
principales ferias internacionales, como la de Gilroy, en California, Estados
Unidos. Allí no solo se exponen y venden todo tipo de suvenires vinculados al
ajo, sino que se comercializan innumerables alimentos y bebidas elaborados con
esta especie: galletitas, panes, mermeladas, aceites, vinos y hasta helados.
En el extremo sur el ajo también
goza de popularidad. La Argentina es uno de los pocos países del mundo que
tiene registradas más de 10 variedades “puras” de ajo. Está el sabor suave del
ajo castaño; el sabor intenso del ajo fuego; los de gran tamaño, como la
variedad unión; los blanquísimos, como el perla, y los pigmentados, como el
morado. Un abanico de colores y sabores que lo convierten en un comestible que
abre las puertas de historias y culturas.
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