De chicles, globos y goma de mascar.
A lo largo del mundo y de la
historia hay relatos de búsquedas e investigaciones paralelas que terminan en
hallazgos muy parecidos, y en un principio, en el peor de los fracasos. Algo de
eso tiene el descubrimiento del chicle, como se lo conoce en la Argentina, o
goma de mascar, como la llaman en otros países.
Todo indica que el señor Thomas
Adams y su hijo encontraron la formula cuando buscaban como abaratar la
fabricación de neumáticos con una materia prima diferente: la resina del árbol
del zapote, que crece especialmente en la península de Yucatán, en México. Los
Adams habían recibido desde allí nada menos que una tonelada de esa resina. Es
probable que mientras pensaban que hacer con semejante carga, ya que no neumáticos,
recordaron a los habitantes originales del territorio yucateco, los mayas, que
mascaban chicle desde el año 200 a.C., como un método de higiene bucal y de práctica
digestiva.
La leyenda cuenta también que
Adams notó el presidente mexicano, Antonio López de Santa Ana, como sus
antecesores mayas, también mascaba un trocito de esa goma. Pero también lo
hacían algunas tribus norteamericanas, que mascaban resinas obtenidas de
abetos. En el continente europeo, alrededor del año 50 a.C. los griegos utilizaban
los mismos jugos, y los denominaban mastiche. Era una cuestión de masticar.
En 1869 Thomas Adams, finalmente,
lanzó por primera vez en Estados Unidos una pequeña goma de mascar sin sabor
que tuvo un éxito importante de ventas. Al año siguiente, entusiasmado por su
triunfo inicial, Adams empezó a comercializar el primer chicle saborizado. Pero
el chicle globo, tal como se lo conoce hoy, fue desarrollado en 1928 por Walter
Diemer, que obtuvo una composición de goma base más blanda y elástica, que
también fue rápidamente aceptada.
El chicle es una pastilla aromática
de sabor dulce y aromas diversos, de consistencia semejante a la goma. La
palabra chicle proviene de tzìctli una especie de derivado del vocablo tzic,
que en lengua náhuatl, la de los mayas, significa “estar pegado, detenido”. El término
era usado por los indígenas mexicanos para denominar la resina que extraían del
zapote que encandilo a Adams.
Para extraer el material, hacían
un tajo en la corteza y retiraban la resina, que luego se hervía y, al secar,
se convertía en una masa gomosa de color pardusca. Los mexicanos
castellanizaron el nombre ‘chicle’, una palabra que se hizo universal cuando
todo el mundo se puso a mascar esos pedacitos de goma. En forma industrial,
para su elaboración, primero se purifica la goma, que se convierte en una pasta
blanca. Se la ablanda y, una vez amasada en grandes recipientes calentados al
vapor, se agrega parafina, edulcorantes, colorantes y conservantes. Después,
mediante distintos procedimientos, se seca y lamina la pasta. Se corta en
tabletas que otra máquina envuelve y empaqueta automáticamente. Los sabores van
desde menta refrescante hasta la mora, pasando por algunos que tienen el gusto
de la gaseosa más famosa.
Pero, volviendo a Thomas Adams,
hay que decir que las primeras cajas de chicles-unas bolitas sin sabor,
envueltas en papel de seda de colores-se llamaron como Adams New York Nº 1. Su hijo fue el
primer presidente de la American Chicle Company, creada en 1899. La leyenda
dice que fueron los soldados americanos, durante la Segunda Guerra Mundial, los
difusores del chicle en todo el mundo. Lo masticaban todo el tiempo,
especialmente para librarse del estrés y los nervios propios de la situación de
guerra. Ya en los años 50, la aparición de la goma sintética, compuesta por
polímeros derivados del petróleo, provocó una caída en picada de la extracción
del chicle y solo algunos fabricantes mantuvieron una parte de la tradición,
mezclando la goma sintética con la goma natural.
Ya que se mencionan costumbres, algunas
personas conservan en su memoria los nombres y los dibujos de envoltorios de
chicles famosos. De las variantes con rellenos líquidos y hasta algunas que,
lejos de destruir las dentaduras, las fortalecen. También, las distintas
variantes de globos de chicle: el
“clásico”, el vertiginoso que, según el tamaño, podía explotar en la cara o el
“globo hacia adentro”, que se inventó a raíz de los chicles sin azúcar y no
implica ningún riesgo, pero tampoco da posibilidades de alardes o grandes
demostraciones de destreza.
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