Buscando la salida del laberinto.


 

Sin otra guía que no sea el instinto y la intuición quien no habrá cedido, en alguno de sus viajes, ante la tentación de internarse en un laberinto. Perdido entre habitaciones intrincadas y pasadizos, habrá vivido momentos de vértigo, desesperación y diversión pura, dejándose llevar por el azar y la intuición. Pero sobre todo, habrá experimentado la fascinación que despiertan estas figuras tramposas desde tiempos milenarios, donde el propio ingenio es el mejor guía.

Desafiantes y enigmáticos, los laberintos han sido levantados en jardines, palacios, iglesias y museos a lo largo de la historia, con formas y tamaños diversos.

Aun hoy hay registros de construcciones hacia el 3000 a.C. el laberinto más famoso de todos los tiempos es el de la isla de Creta. Mito o realidad, es probable que la forma laberíntica del Palacio de Cnosos haya inspirado algunas historias de la Mitología Griega.

Según cuenta la leyenda, el rey Minos le ordeno al artista Dédalo que diseñara un gran laberinto para encerrar al Minotauro. El héroe Teseo logró matar a la bestia-mitad hombre, mitad toro- y pudo escapar gracias a una de las hijas de Minos, Ariadna: enamorada de él, le dio un ovillo de hilo que desenrolló hasta encontrar la salida.

Entre los laberintos clásicos se destacan los de la isla de Lemnos, en Grecia, y de Clusium, en Italia. También son famosos los laberintos egipcios, como el construido en el templo gigante del faraón Amenemes III, que contaba con 3 mil aposentos.

La palabra laberinto define al “lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la salida”. El término también se aplica a los dibujos laberínticos que se encuentran en los muros y en el suelo de algunas catedrales góticas, como las de Chartres, Reims y Amiens, en Francia. Mientras algunos estudiosos afirman que era una clara alusión a la Ciudad Santa, otros creen que eran símbolos del largo camino que debían seguir los fieles hasta la salvación.

Durante la Edad Media se construyeron laberintos para realizar procesiones y rituales. En Inglaterra, el laberinto arquitectónico más famoso es el levantado en el siglo XII por el rey Enrique II, en un parque de Woodstock, donde “escondía” a su amante Rosamunda. En la Península Escandinava existen unos seiscientos laberintos de piedra levantados supuestamente, por los pescadores para dejar allí a los malos espíritus antes de embarcarse.

Para diversión de reyes y nobles, en el Renacimiento se pusieron de moda los laberintos hechos con arbustos en los jardines de los castillos y los palacios. Los más populares que siguieron esta tendencia son los del Palacio de Versalles, en Francia, y de Hampton Court, en Gran Bretaña: sus altos setos logran confundir en forma a los turistas. Pequeño pero intrincado, este estilo de laberinto está recreado en la Argentina en Los Cocos, provincia de Córdoba.

Algunos laberintos entraron al libro Guinness, como el griego de Pylos por su antigüedad y el inglés de Longleat por sus amplias dimensiones. Un nuevo laberinto se sumó a la lista en setiembre de 2004, el alemán Matthias Bayer inauguró, a 20 minutos de Berlín, un curioso laberinto compuesto por 600 mil girasoles. Los visitantes no encontraran la salida sin antes recorrer un kilómetro y medio.

Esta vez probablemente el viajero este perdido.

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